Publicado en La voz del volcán

La voz del volcán

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Hans y Berta habían salido a dar un paseo en trineo, pero, al contrario que otras veces, su mamá no les esperaba en la puerta para recibirlos.
-¿Qué le habrá ocurrido a mamá? -dijo Berta-.
¿Se habrá puesto enferma?

Sí, su madre se había puesto enferma. Y a la mañana siguiente tampoco pudo levantarse.
-Tendremos que ir a pedir ayuda-dijo Hans.
-Yo te acompañaré -añadió Berta-. La arroparemos bien para que no se enfríe y saldremos los dos.

Los duendecillos que hay en el interior del volcán tienen una medicina que lo cura todo -les dijo aquel pajarito.
-¡Iremos a buscarla! -exclamó Hans.
-Sí -intervino el ciervo-, pero tened cuidado; el volcán habla siempre con voz de trueno cuando sale fuego de su boca.

Caminando, caminando, llegaron a las inmediaciones del volcán.
-¿Qué buscáis en este lugar?-les preguntó aquel oso.
-Venimos a pedir la medicina que tienen los duendecillos del volcán, pues nuestra mamá está enferma y queremos que se ponga buena en seguida.

Cuando llegaron a la cumbre, Hans y Berta tomaron un sendero que conducía al interior del volcán.
-¡Está muy oscuro!-dijo Berta.
-Allí, en el fondo, se ve una luz roja -observó Hans-. Tal vez los enanitos han encendido fuego para hacer su comida.

De pronto, cuando habían llegado casi al fondo, un grupo de enanitos les salió al encuentro.
-¿Qué hacéis en este lugar?-dijo uno de ellos-. ¿No sabéis que es peligroso entrar en el volcán?

Hemos venido a pediros la medicina que tenéis, que lo cura todo. Nuestra mamá está enferma.
-Lo siento-dijo el enanitos-, pero ya no tenemos esa medicina. La última botella de medicina que nos quedaba se agotó hace una semana.

Hans tomó a su hermanita de la mano y salieron del volcán. Fuera, el invierno se había marchado y la primavera lucía todas sus galas.
-¡Vaya!-Berta rompió a llorar-. ¡No podremos curar a nuestra mamá! ¿Qué será de nosotros, Hans?

De pronto, vieron ante ellos una niña de ojos azules que les sonreía. Llevaba una túnica azul y unas alas blancas y, en sus manos, una varita mágica.
-Sé lo que ocurre-les dijo-, pero no debéis preocuparos ni estar tristes. Yo soy el hada Primavera y prometo ayudaros.

-¡No te vayas, hada Primavera!-rogó Berta-. ¿Cómo vas a ayudarnos?
Pero el hada Primavera se alejó revoloteando, pues tenía mucho trabajo.
-¡Tengo que derretir toda la nieve y hacer salir todas las flores del valle!-les gritó.

Echaron a correr hacia su casa y vieron que una de las ventanas estaba iluminada.
-Esto significa que nuestra mamá se ha levantado-dijo Hans.
-¡Mamá! ¡Mamá! -empezó a gritar Berta-. Que ganas teníamos de que te pusieses buena.

-Ya estoy bien, hijos míos-les dijo su madre, abrazándolos- La cena está lista y podemos sentarnos a la mesa.
-¡Qué alegría, mamá!-exclamó Berta.
-Mañana, para celebrarlo-dijo Hans-, iremos a la pradera para traerte las flores más bonitas.

Autor:

«Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento» —Eleanor Roosevelt

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